AMÓN (7/Final) Cuento José Ossandón

Caminaron hacia la parte trasera de la mansión. El cielo estaba estrellado y el aire era frío como un trozo de hielo. Amón apuntó con su linterna hacia unos arbustos. El viento movía las ramas y los grillos perturbaban el silencio.

-Gatos.
-Apuesto a que sí.

De pronto, la boca de un enorme revólver se posó con dureza en la sien de Amón. Eduardo quedó petrificado al ver que a esos tres tipos. Muy bien vestidos. Armados. En silencio. Más que matones, parecían galanes de un filme italiano. Elías mojó sus pantalones y Amón lanzó un trastabillado “son ellos”.

-¿Dove questo il cofano?
-¿Qué mierda dijo, Amón.
-Pregunta dónde está el cofre, Elías. Son los tipos del Audi, así mejor hagamos lo que nos piden.

Eran ellos. Los tres sujetos que acribillaron a Carlo Pablonne y a su hija Amelia. Uno de los sujetos hablaba español: “¿Dónde está la caja, chileno? No vamos a matarte si nos dices donde esta el cofre”. Amón apuntó hacia el cuarto. “Andiamo”, dijo el asesino. Amón identificó de inmediato al tipo que lo intimidaba con el cañón del revólver en su cabeza. Nunca olvidó esos intensos ojos verdes. Caminaron hacia la pieza donde se encontraba la Sábana Santa. Elías y Eduardo apenas podían mover las piernas. Amón, ya aburrido de la historia, avanzó decidido hasta el cuarto.

-Ahí está –dijo Amón, apuntando con su linterna.

Los italianos se acercaron a la tela extendida, clavada en la pared. Las dos linternas alumbraban tenuemente el género. Sacaron de sus bolsillos unos aparatos extraños. Tan delgados como lápices. Apretaron la punta e intensos haces de luz envolvieron la sábana.

-¡Mierda! A quién quieren engañar –gritó el sujeto de ojos verdes, hundiendo fuertemente el cañón del revólver en la sien de Amón.
-Esta no es la tela. Díganos dónde está o se mueren.

Amón, Eduardo y Elías quedaron petrificados. Ni siquiera la amenaza del asesino de Pablonne los remeció tanto. Sus ojos estaban ensartados en el Sábana Santa. En la tela vacía. La figura del Cristo se había esfumado. Era el mismo roído paño, pero sin la figura del Nazareno.

-Nos dicen dónde está el Síndone de Turín o se mueren –amenazaban los italianos, perfectamente vestidos de Armani, preparando sus armas.
-Vamos a morir, Amón. Vamos a morir.
-Por favor no nos maten. Quizás el señor que estaba allí pintado sólo fue a dar una vueltita por allí…

El sujeto de ojos verdes lanzó tres disparos al techo. Luego, golpeó el rostro de Amón con la cacha del arma. “Vas a morir, chileno”, dijo el matón. Estaba a punto de apretar el gatillo cuando una enorme sombra se dejó caer encima de él. Las paredes comenzaron a temblar.

-¡Qué fue eso! –gritó el de ojos verdes.

Los extranjeros comenzaron a discutir en italiano. Estaban asustados. De repente, comenzaron a cerrarse todas las puertas. Después se abrían. La casa había tomado vida. “¡Andiamo, andiamo!”, gritaban aterrorizados los matones. Amón miraba la Sábana Santa. Le pedía a la figura que regresara y terminara con esta pesadilla. De pronto, el silencio cayó en la mansión como una pesada piedra. Los italianos no podían moverse. Una fuerza extraña impedía la huida de los asesinos. Entonces, Amón, Eduardo y Elías corrieron hacia la puerta de salida. Pero antes de que atravesaran el umbral, un sujeto muy alto, delgado, con su cuerpo lleno de llagas y cabello hasta los hombros, los detuvo.

Sus ojos eran azules, intensos. De su frente brotaba sangre, mucha sangre. Su cuerpo lo cubría sólo una mantilla. Alzó sus manos. De sus heridas brotó luz, una fuerte luz violeta. Entonces, el camino hacia la salida quedó expedito, iluminado.

-No miren atrás –les dijo el Nazareno.

(concluirá)

Volver a índice