AMÓN (6) Cuento José Ossandón

-¿Qué es?
-No sé.
-¿Una tela? Una tela cubriendo un montón de joyas que van a ser nuestras –se adelantó Elías.
-Sácala del cofre –intervino Amón.
-¡Calma, calma! Capaz que sea una bomba! –exclamó Eduardo, mientras retrocedía desencajado.
-Na' que ver. Ya habríamos volado hace rato. Yo voy a sacar las joyas.
-Espera, espera, Elías, la caja la traje yo. Yo saco la tela.
-Está bien, te concedo el honor.

Eduardo y Elías observaban extasiados la tela dentro de la caja, mientras Amón retiraba el contenido. Sus amigos apuntaban las linternas hacia el cofre, y aunque la luz ya no tenía tanta potencia, igual se lograba ver lo que había a tres o cuatro pasos.

Amón sacó la tela de la caja y empezó a estirarla delicadamente. “No se vayan a caer las joyas”, escuchó.

-¡Oye! No hay nada –gritó Elías.
-Es sólo una sábana –dijo Eduardo.

Amón pidió ayuda para estirar la tela. Eduardo se incorporó y tomó el otro extremo del paño. Elías apuntaba con dos linternas.

-¡Espera! –exclamó Elías, con sus ojos como dos enormes platos.
-¿Esperar qué? –preguntó Amón.
-Parece que hay algo en la tela.
-¿Algo?
-Sí, una figura.
-A ver.

Amón le pasó a Elías el extremo de la sábana y luego, frente a ella, la apuntó con la linterna. La bocanada de luz mostró una figura. Más que extraña, familiar.

-Esto lo vi en el Discovery Channel.

Amón no podía creer lo que observaba. Frente a sus narices, la tenue figura de un hombre con las manos en el vientre, el cabello largo y el cuerpo desnudo.

-¡Me toca! Quiero ver qué hay en la tela –alegó Eduardo.
-Espera, veámosla todos. Tengo unos clavos en el bolsillo. Me los encargó mi viejo –propuso Elías.

Eduardo cogió una piedra y con la ayuda de Elías, comenzó a clavar la sábana en la pared del cuarto. Amón los apuntaba con las tres linternas. Una vez adherida la sábana, el trío de amigos se ubicó como infantiles espectadores frente al hallazgo.

-Miren sus manos.
-Heridas.
-Miren su cuerpo.
-Flagelado.
-¡Turín! –gritó de pronto Amón.
-¿De qué estás hablando? –preguntó Elías.
-Es el manto de Turín. El sujeto que está en la tela es Cristo.
-Estás hueveando.
-No, fíjense. Las heridas en las manos, en los pies, en el costado. La barba, el cabello largo. ¡Cresta! ¡El viejo Pablonne se robó la Sabana Santa!

Ahí estaba la figura estampada en la tela. Un ser alto, delgado, aunque de hombros prominentes. La triste figura de un quijote torturado por sus propios molinos de viento. Amón, Eduardo y Elías, no cabían en el asombro. El silencio y la penumbra apretaban sus gargantas. Sólo las luces de las tres linternas impedían que el Nazareno se esfumara. Que desapareciera de ese viejo cuarto transformado en pocos minutos en un templo sagrado.

-¿Qué vamos a hacer?
-Nada, pues.
-Podríamos venderla.
-No seas huevón. Si se dan cuenta que tenemos la Sábana Santa nos meten presos.
-Claro. Amón tiene razón. Esta tela es una reliquia. El Vaticano debe estar de cabeza buscándola.
-Por eso los tipos del Audi querían matarte. Tienes en tu poder billones de pesos. De dólares –advirtió Elías.

De repente, un fuerte ruido en la parte trasera del caserón regresó a los tres amigos a la realidad.

-¿Qué fue eso, Amón? Anda a ver qué fue eso –sugirió Elías.
-Estás huevón. Anda tú. O que vaya Eduardo.
-Claaaaro, al tiro.
-Vamos los tres. Llevemos una linterna y las demás las dejamos aquí –ordenó Amón.

(concluirá)

Volver a índice