¿INCUBADORAS... CULTURALES?

Por Luis Echeverría T.

En ocho años el modelo se ha aplicado, replicado y adaptado silenciosamente en América Latina: son las incubadoras culturales. Tradicionalmente aceleradoras de propuestas de base tecnológica, científica o comercial, las incubadoras de empresas (IDEs) comenzaron sólo a principios de siglo a proponer estrategias de viabilización para proyectos culturales.

Las estadísticas (National Small Business Administration, Comisión Europea) evidenciaban que las IDEs eran un factor relevante para afianzar el emprendimiento innovador y con potencial de crecimiento, a partir del respaldo que prestaba al negocio en sus etapas de mayor vulnerabilidad (gestación y desarrollo inicial).

Asistidas por instituciones académicas, apoyo estatal y perfiladas para “generar el entorno propicio y facilitar los recursos necesarios para que un negocio crezca, se desarrolle y salga al mercado en condiciones competitivas” (Chile Incuba), las tasas de éxito de las IDEs eran decidoras: 75 a 80% de continuidad de las ideas incubadas tras dos años promedio de haber abandonado el espacio protegido y controlado, contra un 20 ó 25% de los proyectos no incubados.

Este antecedente fue determinante para que la cultura se integrara como recurso incubable, junto a negocios vinculados a la ecología, sectores no tecnológicos y otros más específicos (incubadoras de tercera generación).

Se constataba “un reconocimiento amplio de qué era innovación, más allá de ámbito industrial” (Pérez, 2006) y verificaba que a pesar de diferencias específicas entre cada sector productivo, había coincidencia sobre el frente a reforzar: la gestión, precisamente, el terreno en que prestan apoyo las IDEs. Esta tercera oleada de incubadoras fue también un nuevo argumento para UNESCO y centros de pensamiento que vislumbran a la cultura como “el verdadero motor de la economía mundial en el siglo XXI” (Del Corral, 2003) o “la médula de la economía” (Roncagliolo, 1999).

AMÉRICA LATINA

En el Instituto Génesis (U. Católica, Río de Janeiro) surge la primera incubadora de empresas latinoamericana guiada exclusivamente por “el objetivo de auxiliar el desenvolvimiento de emprendimientos de base cultural y artística” (2002).

Tras ocho años desde esa irrupción, aquel primer ensayo es hoy una consolidada plataforma desde la que han germinado, tras dos años promedio de incubación, más de veinte empresas del arte, la educación, la moda, el diseño, el turismo cultural, el mercado editorial y audiovisual.

Este lapso ha servido también para que otra serie de ciudades latinoamericanas hayan ya implementado, proyecten o estén evaluando modelos que responden a la denominación incubadora de empresas culturales (IDECs), industrias creativas o de base cultural.

Una búsqueda básica referencia casi una decena de casos, revelando a universidades, ongs, representantes del aparato público y privado, agentes del mundo cultural y social que, en forma conjunta o disgregada, están apostando por este sistema para fortalecer el emprendimiento de base cultural. En Chile hay intentos, pero aún centrados sólo en el área del diseño.

Desplegándose en países con PIB disímiles -Argentina, Brasil, Colombia y Guatemala- y variados índices de capital social, una premisa compartida le otorga singularidad a esta novedosa forma de articulación entre herramientas de fomento productivo y gestión cultural: satisfacer no sólo requerimientos de financiamiento directo e inmediato de los emprendedores, sino, y principalmente, comprometer un apoyo integral, sistematizado y prolongado para la gestión de sus proyectos y/o ideas de empresas.

En este escenario, desde compañías de marionetas hasta talleres de manufacturación de joyas, pasando por productoras audiovisuales y de diseño, se incuban bajo esta dinámica.

Es la apuesta de las incubadoras culturales “capaces de fomentar, promover e impulsar una red de emprendimientos con vistas al desarrollo sustentable del sector cultural y creativo” (Programa Cultura Suma Desarrollo, Buenos Aires) y orientadas a la “creación de oportunidades de empleo y autoempleo con generación de ingresos genuinos, dignos y de continuidad” (Red Gesol, Incubadora de Base Cultural, B. Aires).

En síntesis, una propuesta basada en “la información, investigación, capacitación, desarrollo de proyectos, asesoría, conformación de redes, agremiaciones y comercialización de productos y/o servicios con identidad para un mercado global” (Prana, Incubadora de Empresas Culturales e Industrias Creativas, Bogotá).

+ Luis Echeverría T. es periodista y Candidato a Magíster en Gestión Cultural.